jueves, 24 de junio de 2010

Escribió Delibes

Mi buen amigo Fernando Gasca Binaburu escribe hoy en el Heraldo un resumen de una carta que envió a raíz de un artículo muy interesante que llegó a sus manos hace unas semanas. El artículo –publicado en ABC- es de Miguel Delibes de diciembre de 2007. Por la importancia del tema en cuestión y haciendo honor al que da título a este encuentro transcribo dicho artículo a continuación.

“En estos días en que tan frecuentes son las manifestaciones en favor del aborto libre, me ha llamado la atención un grito que, como una exigencia natural, coreaban las manifestantes: «Nosotras parimos, nosotras decidimos». En principio, la reclamación parece incontestable y así lo sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, parte interesada, hoy muda, de tan importante decisión. La defensa de la vida suele basarse en todas partes en razones éticas, generalmente de moral religiosa, y lo que se discute en principio es si el feto es o no es un ser portador de derechos y deberes desde el instante de la concepción.

Yo creo que esto puede llevarnos a argumentaciones bizantinas a favor y en contra, pero una cosa está clara: el óvulo fecundado es algo vivo, un proyecto de ser, con un código genético propio que con toda probabilidad llegará a serlo del todo si los que ya disponemos de razón no truncamos artificialmente el proceso de viabilidad. De aquí se deduce que el aborto no es matar (parece muy fuerte eso de calificar al abortista de asesino), sino interrumpir vida; no es lo mismo suprimir a una persona hecha y derecha que impedir que un embrión consume su desarrollo por las razones que sea. Lo importante, en este dilema, es que el feto aún carece de voz, pero, como proyecto de persona que es, parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio.

La socióloga americana Priscilla Conn, en un interesante ensayo, considera el aborto como un conflicto entre dos valores: santidad y libertad, pero tal vez no sea éste el punto de partida adecuado para plantear el problema. El término santidad parece incluir un componente religioso en la cuestión, pero desde el momento en que no se legisla únicamente para creyentes, convendría buscar otros argumentos ajenos a la noción de pecado. En lo concerniente a la libertad habrá que preguntarse en qué momento hay que reconocer al feto tal derecho y resolver entonces en nombre de qué libertad se le puede negar a un embrión la libertad de nacer. Las partidarias del aborto sin limitaciones piden en todo el mundo libertad para su cuerpo. Eso está muy bien y es de razón siempre que en su uso no haya perjuicio de tercero. Esa misma libertad es la que podría exigir el embrión si dispusiera de voz, aunque en un plano más modesto: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres. Seguramente el derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara el más elemental código de derechos humanos, en el que también se incluiría el derecho a disponer de él, pero, naturalmente, subordinándole al otro.

Y el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna «progresía». En nuestro tiempo es casi inconcebible un progresista antiabortista. Para estos, todo aquel que se opone al aborto libre es un retrógrado, posición que, como suele decirse, deja a mucha gente, socialmente avanzada, con el culo al aire. Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia. En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló.

El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto, y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podía atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podía recurrir. Y ante un fenómeno semejante, algunos progresistas se dijeron: esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado”.

Fdo.: José Antonio Ramos

lunes, 14 de junio de 2010

Nacimiento por aclamación popular

Me mostró a Lady Cordelia. Y a la señora Benn creada por Ishiguro. No me gustó la historia del héroe de Solferino ni tampoco la de un famoso "Tambor de hojalata". La biografía de Sándor Márai me enseñó lo nada bueno del comunismo. Redescubrí la difícil adolescencia de Holden Cauldfield y saboré como nadie la niñez de uno de los protagonistas y los últimos coqueteos en la madurez de su madre en el delicioso "Ardiente secreto".

Me ha proporcionado viajes. A mi infancia de la mano del Mochuelo o de un "Cuento de Navidad". A Italia con Fabricio Salina y a mi querida Zaragoza en diferentes épocas - Delibes y "Romance ...". A un callejón en El Cairo que me ha servido para saber de una literatura distinta o la mar muy ancha que unió a conquistadores y conquistados.

Todo esto me ha enseñado este encuentro. También a ellos les ha conquistado. A grandes - Angeles de Irisarri y Miguel Aranguren- y a chicos.

Gracias a tí, "Querido encuentro", por dar un paso más con el nacimiento de este blog por aclamación popular.

Fdo.: José Antonio Ramos

lunes, 7 de junio de 2010

Archivo histórico

Julio, 2008: Retorno a Brideshead, Evelyn Waugh, con Antonio Rey

Septiembre, 2008: Los restos del día, Kazuro Ishiguro, con Alberto Garrido

Octubre 2008: La Marcha Radetzky, Joseph Roth, con Pepe Boza

Diciembre, 2008: Tierra, tierra, Sándor Márai, con Paco Casado

Febrero, 2009: El Guardián entre el Centeno, J.D. Salinger, con Pablo Vera

Febrero, 2009: Ardiente secreto, Stefan Zweig, con Pepe Boza

Marzo 2009: El Camino, M. Delibes, con Alberto Garrido

Mayo, 2009: El Gatopardo, G. T. di Lampedusa, con Pablo Vera

Junio, 2009: Romance de Ciego, Ángeles de Irisarri, con Ángeles de Irisarri

Julio, 2009: Zaragoza, B.P. Galdós,

Octubre, 2009: El Callejón de los Milagros, Naguib Mahfuz, con Jaime G. Machín

Noviembre, 2009: El Tambor de Hojalata, Günter Grass, con Ángeles de Irisarri

Enero, 2010: Cuento de Navidad, Charles Dickens, con Fernando de Meer

Febrero 2010: La Hija del Ministro, Miguel Aranguren, con Miguel Aranguren

Abril, 2010: El Corazón de Piedra Verde, Salvador de Madariaga, con Pepe Boza